Imagináos esto: es Halloween y habéis invocado accidentalmente a los grandes economistas de la historia. Están ahí, en vuestro salón, discutiendo sobre cómo repartir los caramelos que habéis conseguido.

Spoiler: acaba fatal.

Porque resulta que cada escuela de pensamiento económico tiene una visión completamente distinta de cómo debería funcionar el mundo. Y Halloween, con su caos organizado de disfraces, dulces y truco o trato, es el escenario perfecto para entenderlo.

Adam Smith: El Fantasma de la mano invisible.

El patriarca de la economía clásica aparece primero, con su peluca empolvada del siglo XVIII y un brillo inquietante en los ojos.

Su propuesta para Halloween: «Dejad que cada niño y niña vaya libremente por el barrio pidiendo caramelos. La mano invisible del mercado se encargará de que todo funcione perfectamente. Las casas que den mejores dulces recibirán más visitas. Las que den pasas acabarán solas. El interés individual de conseguir chucherías generará el bien común: un barrio feliz y lleno de azúcar.»

Suena bien, ¿no? El libre mercado de caramelos. Cada persona buscando su propio beneficio. Sin regulación, sin normas.

El problema: Inevitablemente, los chavales más grandes intimidan a los pequeños y les roban los caramelos. Las casas ricas dan chocolate Lindt, las pobres dan chicles del año pasado. Los que viven en urbanizaciones pijas consiguen kilos de dulces, los del barrio obrero vuelven con cuatro pipas.

Smith murió en 1790, así que nunca vio cómo su «mano invisible» a veces es más bien un puño que reparte tortas desiguales.

Karl Marx: El Espectro que Recorre el Barrio

Llega Marx, con su barba épica y un manifiesto bajo el brazo que huele a humedad del siglo XIX.

Su diagnóstico: «¡Esto es alienación pura! Los niños y niñas trabajan (pidiendo dulces) mientras las empresas capitalistas de golosinas acumulan beneficios obscenos. Los medios de producción de dulces están en manos de Mars, Haribo y Nestlé. ¡Las familias trabajadoras gastan su salario en comprar caramelos que luego regalan gratuitamente!»

Su propuesta: «Colectivicemos los caramelos. Todos los dulces van a un fondo común y se reparten equitativamente. Cada persona según su necesidad: los diabéticos, menos azúcar; los que tienen brackets, caramelos blandos. Abolimos la propiedad privada de las chucherías.»

Suena justo, ¿verdad?

El problema: ¿Quién decide qué es una «necesidad» de caramelos? ¿Quién controla el fondo común? Históricamente, estos experimentos han acabado con alguien acaparando todos los Lacasitos mientras el resto hace cola para una piruleta rancia. Y, seamos honestos, si todos los caramelos van al montón común, ¿quién va a molestarse en salir a buscarlos con frío?

John Maynard Keynes: El vampiro que quiere estabilizar la economía

Aparece Keynes, elegante, con su copa de vino (porque este tío era pijo) y una sonrisa de «yo os lo advertí».

Su análisis: «El mercado de Halloween es cíclico e inestable. Algunos años hay sobreproducción de caramelos, otros hay escasez. Las familias gastan mucho en octubre y luego restringen el consumo en noviembre. Esto genera recesión post-Halloween.»

Su solución: «El Estado debe intervenir. En años de crisis de caramelos, el gobierno debe comprar dulces y distribuirlos. Debe regular las rutas de truco o trato para evitar que haya barrios saturados y otros vacíos. Debe invertir en infraestructuras: farolas para que los niños no se caigan, papeleras para los envoltorios.»

Es sensato, sí.

Pero: Si el Estado gasta demasiado en caramelos, ¿quién paga la fiesta? Impuestos. Y siempre hay alguien quejándose de que «mis impuestos no son para comprarle Sugus al vecino». Además, ¿y si los políticos reparten más caramelos antes de las elecciones para comprar votos? (Que ha pasado, eh, no creáis que me lo invento).

Milton Friedman: El Hombre lobo neoliberal

Friedman llega ladrando que el Estado no sabe gestionar ni una calabaza.
Su crítica: «¡Keynesianos intervencionistas! El problema no es el mercado, son los gobiernos metiéndose donde no les llaman. ¿Queréis arreglar Halloween? Quitad regulaciones. Privatizad las rutas de truco o trato. Reducid impuestos para que las familias tengan más dinero y compren los caramelos que quieran.»

Su lema: «El mejor Halloween es el que tiene menos Estado.»

Libertad total, ¿no?

La realidad: Sin ninguna regulación, las empresas de dulces forman oligopolios, suben precios, meten ingredientes cuestionables y explotan a trabajadores en plantaciones de cacao. Y los barrios pobres siguen sin caramelos porque «el mercado no ve rentable invertir allí».

Elinor Ostrom: La bruja sabia (y contemporánea)

Por fin, una mujer en esta fiesta de testosterona decimonónica. Ostrom aparece en plan abuela enrollada que ha visto muchos Halloweens.

Su propuesta: «¿Y si dejamos de pelear entre Estado y mercado? Las comunidades pueden autoorganizarse. Los vecinos y vecinas del barrio pueden acordar normas: horarios de truco o trato, rutas equitativas, un fondo común voluntario para casas que no puedan comprar dulces.»

Su filosofía: «Los recursos comunes (como un barrio en Halloween) se pueden gestionar sin Estado ni mercado puro. Solo necesitáis comunicación, confianza y normas claras que todos aceptéis.»

Es brillante. Y funciona en la vida real.

Pero: Requiere que la gente se ponga de acuerdo. Y ya sabéis lo difícil que es conseguir que tres personas se pongan de acuerdo en una pizza, así que imaginad un barrio entero coordinándose para Halloween.

¿Y cuál es la verdad terrorífica?

Aquí viene el susto de verdad: ninguno tiene razón absoluta.
Cada escuela de pensamiento económico capta una parte de la realidad:

Smith tiene razón en que la libertad individual y los incentivos importan.
Marx tiene razón en que hay desigualdades estructurales y explotación.
Keynes tiene razón en que los mercados son inestables y a veces necesitan intervención.
Friedman tiene razón en que el Estado puede ser ineficiente y corrupto.
Ostrom tiene razón en que las soluciones comunitarias funcionan.

El verdadero terror es que la economía no es una ciencia exacta. Es un campo de batalla de ideas donde nadie tiene todas las respuestas. Y cualquiera que os diga «esta es LA solución» probablemente os está vendiendo algo (o es un político en campaña).

La lección para esta noche de brujas

Cuando estudiéis economía, no os quedéis con una sola escuela de pensamiento. Pensad críticamente:

¿Qué problemas identifica cada teoría?
¿Qué soluciones propone?
¿Qué supuestos ocultos tiene?
¿Qué consecuencias no previstas podría generar?

Y sobre todo: desconfiad de los dogmas económicos. La economía real es compleja, llena de matices, y cambia con el tiempo. Lo que funcionó en el siglo XVIII puede no funcionar hoy. Lo que funciona en Noruega puede no funcionar en España.

El Epílogo fantasmagórico

Mientras los economistas muertos siguen discutiendo en vuestro salón (Marx acaba de llamar «lacayo del capitalismo» a Smith, y Friedman ha volcado la copa de Keynes), vosotros salís a la calle.

Porque al final, más allá de las teorías, Halloween se trata de otra cosa: comunidad, diversión, un poco de miedo controlado y demasiado azúcar.

Pero ahora, cuando volváis a casa con vuestra bolsa de caramelos, pensad: ¿cómo los vais a repartir con vuestros hermanos? ¿Libre mercado, comunismo dulce, intervención parental, o asamblea familiar?

Sea cual sea vuestra respuesta, acabáis de hacer economía.
Y eso sí que da miedo.
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Última Actualización: octubre 31, 2025