Vamos a hablar de algo que no aparece en ningún plan de negocio pero que puede hundirte más rápido que una mala proyección financiera: tus emociones.
Sí, lo sé. Suena a esas cosas de coaching que te prometen que si visualizas lo suficiente, el universo te dará un Porsche. Pero aguanta un momento, porque la inteligencia emocional es mucho más seria que todo eso. Y en el mundo del emprendimiento, puede ser la diferencia entre acabar como Steve Jobs o como ese primo tuyo que todavía está intentando vender batidos detox en Instagram.
Cuando el optimismo choca con la realidad (y duele)
Gabriel Rodriguez González tiene una charla TED sobre inteligencia emocional que deberíais ver si no lo habéis hecho ya. Una de las cosas que menciona es cómo gestionamos nuestras emociones ante el fracaso y la frustración. Y aquí viene el problema: emprender es básicamente una montaña rusa emocional donde la mayoría del tiempo vas cuesta abajo, gritando, y preguntándote quién demonios pensó que esto era buena idea.
La persona emprendedora típica empieza con una energía que podría iluminar una ciudad pequeña. Todo es posible. El producto es revolucionario. Las proyecciones financieras son tan optimistas que harían llorar de felicidad a un economista (aunque probablemente de risa). Pero entonces llega el primer “no”. Y el segundo. Y el vigésimo. Y ahí es donde la inteligencia emocional deja de ser un palabro bonito y se convierte en una herramienta de supervivencia.
No eres tu startup (aunque a veces lo parezca)
Uno de los errores más comunes es fusionar tu identidad con tu proyecto. Si la startup va bien, tú eres un genio. Si va mal, eres un desastre humano. Esto es tan sano como cenar exclusivamente doritos durante un mes.
La inteligencia emocional te permite separar las cosas: tu proyecto puede fallar sin que tú seas un fracaso. Puedes equivocarte en una decisión sin ser una persona estúpida. Esta separación no solo es mentalmente más saludable, sino que además te permite tomar mejores decisiones. Porque cuando estás en modo “todo o nada”, con tu autoestima colgando de un hilo, es difícil pensar con claridad.
El arte de leer la habitación (y las personas)
La inteligencia emocional no es solo gestionar lo que sientes tú. También implica entender lo que sienten las demás personas. Y esto, en emprendimiento, es oro puro.
¿Cómo saber cuándo un inversor está realmente interesado o solo está siendo educado? ¿Cómo gestionar a un equipo cuando las cosas se ponen difíciles? ¿Cómo negociar con proveedores sin que nadie acabe odiándote (o arruinándote)? Todo esto requiere leer emociones, entender motivaciones, y ajustar tu comunicación en consecuencia.
He visto proyectos brillantes hundirse porque quien los lideraba tenía la empatía de una piedra. Y proyectos mediocres triunfar porque había alguien que sabía conectar con la gente, entender sus necesidades reales (no las que aparecen en las encuestas), y construir relaciones sólidas.
La resiliencia no es aguantar: es saber cuándo pivotar
Otro punto que toca Rodriguez González es la gestión de la adversidad. Y aquí hay un malentendido enorme: la resiliencia no es ser un superhéroe estoico que aguanta todo sin pestañear. Eso no es resiliencia, es negación con capa.
La verdadera resiliencia emocional implica:
- Reconocer cuándo algo duele (porque sí, duele).
- Permitirte sentir esa frustración o miedo sin que te paralice.
- Y luego, usar esa información emocional para tomar decisiones más inteligentes.
A veces la decisión inteligente es insistir. Pero otras veces es pivotar, cambiar de rumbo, o incluso cerrar el chiringuito antes de que te arruines. Y para saber cuál es cuál, necesitas estar conectado con tus emociones, no negándolas.
El mito del emprendedor lobo solitario
La cultura popular nos vende la imagen de quien emprende como un ser solitario, trabajando 18 horas al día en un garaje, sacrificándolo todo por su visión. Es una imagen muy cinematográfica. También es una estupidez.
Las personas con alta inteligencia emocional saben pedir ayuda. Saben delegar. Entienden que rodearsse de gente que complemente sus debilidades no es un signo de fracaso, sino de inteligencia. Y, sobre todo, saben cuidar su salud mental, porque un emprendedor o emprendedora quemado no le sirve a nadie, ni siquiera a su proyecto.
La cuenta de resultados emocional
Aquí va algo que no os van a enseñar en ningún MBA: vuestra energía emocional es un recurso limitado, igual que el dinero. Puedes gastarlo estratégicamente o puedes desperdiciarlo discutiendo con trolls en Twitter.
Cada decisión tiene un coste emocional. Cada reunión difícil, cada rechazo, cada pivote estratégico. Si no gestionas este presupuesto emocional con la misma atención que gestionas el presupuesto financiero, vas a acabar en números rojos antes de darte cuenta.
¿Y ahora qué?
La buena noticia es que la inteligencia emocional no es algo con lo que naces o no. Se puede desarrollar, entrenar, mejorar. Es como un músculo, solo que en lugar de levantar pesas tienes que hacer cosas como:
- Prestar atención a lo que sientes y por qué (mindfulness sin velas aromáticas obligatorias).
- Buscar feedback honesto sobre cómo te perciben las demás personas.
- Aprender a comunicar tus necesidades sin drama innecesario.
- Practicar la empatía activa (no, hacer un curso online no cuenta).
Emprender ya es suficientemente difícil. No lo hagáis más complicado ignorando la mitad de la información que tenéis disponible: vuestras emociones y las de quienes os rodean. Porque al final, los negocios los hacen personas, y las personas somos seres emocionales que ocasionalmente tomamos decisiones racionales, no al revés.
Así que la próxima vez que estéis en medio de una crisis empresarial, antes de revisar el Excel, quizá deberíais revisar cómo os sentís. Podría ahorraros más dinero del que pensáis.
¿Y vosotros qué? ¿Habéis tenido que gestionar alguna crisis emocional en vuestro proyecto? ¿O sois de los que todavía piensan que las emociones son para débiles? Os leo en los comentarios (con inteligencia emocional, por favor).